La mayor y más grave complicación de la depresión es
el suicidio. Esta enfermedad mental que supone, además, un incremento en la morbilidad y
mortalidad, discapacidad prolongada, deterioro funcional y social, y una elevada carga
económica, debe hacer frente a este reto de salud pública de forma imperiosa.
El próximo 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, que este año
tiene por lema “Conectar, comunicar, cuidar”, tres palabras clave para su prevención, es una
nueva oportunidad para poner de relieve la importancia y necesidad del correcto abordaje y
tratamiento de la depresión, que se erige, hoy, en la mayor puerta de entrada a la
conducta suicida.
Para el Dr. Jerónimo Saiz, Jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de
Madrid, miembro de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM),
CIBERSAM, “en casos de suicidio, efectivamente, un alto porcentaje de las personas padecen
un trastorno psiquiátrico, siendo la depresión la principal patología.
Un hecho muy importante
para la prevención del suicidio, sin duda alguna, es la detección, diagnóstico y tratamiento
precoz de la depresión. Desde luego, habría que establecer un Plan Nacional de Prevención
del Suicidio en España ya que estamos hablando de la primera causa de muerte no natural en
nuestro país”.
En palabras de Cecília Borràs, Presidenta de la asociación Després del SuïcidiAssociació
de Supervivents (DSAS), “entre todos hemos de aceptar el hecho de que la
depresión es una enfermedad y el riesgo que puede conllevar si no se trata como tal. La
ideación suicida es un síntoma de la depresión que siempre debe ser valorado y considerado
como tal, y actuar. Actuar significa hablar con esa persona que nos dice que no tiene ganas de
vivir para aplazar la decisión del suicidio; siempre hemos de ayudar a aplazar la decisión”.
El suicidio se relaciona con una gran variedad de trastornos mentales graves y, en el caso de
las personas con depresión, el riesgo de suicidio se estima que es 21 veces superior al de
la población general. Por eso, las recomendaciones internacionales de organismos como la
OMS, ONU y UE, ponen el acento en la necesidad de contar con un impulso político que se
traduzca en acciones estratégicas para abordar el problema de la depresión y prevenir el
suicidio.
Diagnóstico precoz y tratamiento adecuado de la depresión, factores clave para la
prevención del suicidio
El diagnóstico precoz es esencial para el mejor pronóstico de la enfermedad. Sin embargo,
este objetivo aún continúa siendo un caballo de batalla en la práctica clínica diaria. Existe, por
un lado, la percepción errónea de que esta enfermedad está suficientemente tratada, e
incluso que consume un volumen excesivo de recursos. Esta percepción se sostiene a partir de
la dificultad de un diagnóstico certero; cierta banalización del problema por confusión con
trastornos más leves del estado de ánimo y el estigma social, que tiende a ocultar la
realidad.
También, entre las razones que explican el infradiagnóstico e infratratamiento de esta
enfermedad crónica se encuentran también la escasez de tiempo en la entrevista clínica;
elevada presión asistencial existente entre los médicos de atención primaria y especializada;
enmascaramiento de los síntomas; e inexistencia de pruebas complementarias específicas ni
de marcadores biológicos.
El retraso en el diagnóstico de la depresión, además, supone una cronificación del
sufrimiento y la discapacidad, complicaciones médicas y psiquiátricas -incluido el riesgo de
suicidio- y menor eficacia de los tratamientos cuando se instauran.
Además, los síntomas residuales de la depresión son frecuentes, no solo entre los pacientes
que no responden al tratamiento sino también entre los que alcanzan una remisión parcial.
La
presencia de estos síntomas se considera clínicamente relevante y se asocia a un curso
negativo ya que el riesgo de recaídas, recurrencias, suicidio y discapacidad social se ve
incrementado.
Como explica el Dr. Saiz, “el suicidio es un fenómeno complejo que no se puede evitar al cien
por cien pero sí se pueden adoptar medidas para reducir las cifras. Ante cualquier gesto,
amenaza o conducta suicida hay que explorar de manera exhaustiva. Por ejemplo, en Madrid
hay un protocolo que se llama ARSUIC por el que toda persona que acuda a urgencias con
algún gesto o conducta autolítica, automáticamente pasa a este protocolo que consiste en que
como máximo en 4 días debe ser citado, atendido y hacerse un seguimiento en un Centro de
Salud Mental”.
Para él, “otra actuación importante es concienciar, formar e informar a todos los
agentes de salud de la atención primaria para que aprendan a distinguir y detectar cualquier
signo que indique que el paciente puede cometer suicido”.
El Jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de Madrid también insiste en
destacar que “el suicidio está envuelto en el estigma de la propia enfermedad mental. Hay
siempre un sentimiento de silencio y ocultación, y se piensa que el suicidio es algo que afecta a
los demás, que es cosa de otros”.
Como explica Cecília Borràs, “el estigma social juega un papel muy importante a la hora de
abordar el suicidio. Durante muchos años la muerte por suicidio ha sido considerada una
muerte proscrita y marginal; y esos prejuicios impiden abordar el suicidio. El propio
desconocimiento e ignorancia intervienen también porque se cree que “eso sólo pasa a los
demás, en mi familia nunca ocurrirá”... Socialmente, puede costar aceptar la vulnerabilidad del
ser humano, la vulnerabilidad de cualquiera de nosotros. Cuesta hablar de la muerte y mucho
más del suicidio”.
Ante esta situación, ¿cómo se puede ayudar a los supervivientes? Según Cecília Borràs,
“rompiendo la soledad, el estigma y el tabú que hace que nos sintamos solos e incomprendidos
con nuestro dolor. Evitando las preguntas que nos cuestionen en nuestro papel o rol de
cuidadores. Acompañar con la presencia, sin juzgar y con un silencio a preguntas sin
respuestas que hablan de comprensión y cariño”. Borràs cree que “en los últimos años la
sociedad empieza a saber más sobre la muerte por suicidio, gracias a los que hemos tenido la
desgracia de vivir esta muerte tan traumática, los supervivientes que estamos rompiendo el
tabú y el estigma para abordarlo como un problema de salud, como así lo advierte la propia
OMS. Hemos de romper la falsa creencia social que todavía persiste: nadie muere por hablar
del suicido, lo que mata es el silencio”.
Para el Dr. Jerónimo Saiz, “hay que incluir también en todos los programas a las familias, el
colectivo que más padece la consecuencia del suicidio y que hay que atender con especial
dedicación”.
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