La pandemia de COVID-19 ha supuesto un aumento de los
casos de depresión. Así lo han puesto de manifiesto los expertos reunidos en Sitges en el XIX
Seminario Lundbeck “COVID-19 & Depresión, la tormenta perfecta”, y lo atestiguan distintos
estudios científicos. Uno de los más recientes, el publicado en The Lancet1
, cifra este
incremento en el 28% durante el año 2020 en todo el mundo. La crisis del coronavirus, además,
ha provocado 53 millones de trastornos depresivos más de los esperables, 35 de ellos en
mujeres, quienes, junto a los jóvenes, representa los grupos de población más afectados según
esta investigación.
Como explica el doctor Lorenzo Armenteros, médico de familia en el Centro de Salud Islas
Canarias, en Lugo, y miembro del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la SEMG, “si la
última Encuesta de Salud de 2017 establecía que los trastornos depresivos afectaban a casi el
7% de la población, ahora estamos cerca del 20%. Además, son prevalentes en los pacientes
con COVID persistente, estando entre el tercer y cuarto grupo sintomático de este colectivo”.
Para la doctora Rosa Molina, Psiquiatra en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid y
Presidenta de la Sección de Neurociencia Clínica de la Asociación Española de
Neuropsiquiatría, “este incremento de cuadros depresivos es bastante palpable en muchas de
las consultas de salud mental, aunque el aumento es más en lo que conocemos como trastornos
adaptativos o depresiones reactivas”, y pone el acento en “otro dato llamativo y, a la vez,
escalofriante, como es el aumento de los intentos de suicidio entre los más jóvenes”.
¿Seguirá aumentando la depresión en los próximos años?
Sin embargo, será necesario todavía esperar un tiempo para ver cómo evolucionan las tasas
de depresión en el futuro próximo. En este sentido, el doctor Eduard Vieta, Jefe de Servicio
de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínic de Barcelona, Catedrático de Psiquiatría en
la Universidad de Barcelona, Jefe de Grupo de Investigación del IDIBAPS y Director
Científico de CIBERSAM, cree que “las cifras volverán a una cierta normalidad a lo largo del
año que viene, pero no hay que olvidar que esa “supuesta” normalidad consiste en que los
trastornos mentales tienden a aumentar de forma lenta pero progresiva, algo que ya sucedía
antes de la pandemia, y que tiene que ver con nuestra resiliencia y las expectativas derivadas
del estado de bienestar”.
Por su parte, el Dr. Armenteros considera que “estas cifras se irán estabilizando, pero va a ser
un proceso lento, costoso y que nos va a exigir mucho esfuerzo. Además, tenemos un problema
añadido: una atención primaria y hospitalaria cansada y debilitada para afrontar un reto como
este”.
El debate en torno a la salud mental, presente a nivel político y social, ha influido, según la
Dra. Molina, “en que la gente está más concienciada y dispuesta a pedir ayuda. De hecho, tengo
la impresión de que empiezan a llegar casos más leves que antes no siempre llegaban a las
consultas de salud mental”.
El Jefe de Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínic de Barcelona puntualiza
también que “no es lo mismo tener síntomas depresivos que tener una depresión, y lo mismo se
aplica a la ansiedad. Muchas personas han percibido malestar emocional, nerviosismo, y
dificultades para conciliar el sueño durante el confinamiento y más allá, pero sólo una proporción
mucho más pequeña de ellos ha desarrollado un trastorno depresivo o ansioso que ha precisado
tratamiento. Sin embargo, el hecho de que tanta gente haya mostrado sufrimiento emocional ha
sido y es un caldo de cultivo para que aumenten estos trastornos, justo en un momento en que
el sistema de salud está todavía tensionado por la atención a la pandemia. Eso nos va a obligar
a fortalecer el sistema de salud con más profesionales de la psiquiatría, psicología clínica,
enfermería de salud mental y trabajo social”.
Prioridades en salud mental en la era post-COVID
Ahora que la salud mental se encuentra en la agenda política, los especialistas tienen claro
cuáles deberían ser las prioridades. El Dr. Vieta señala la necesidad de “formar profesionales,
recuperar a los que se fueron, reforzar la conexión entre salud comunitaria y atención primaria,
desestigmatizar los trastornos mentales eliminando barreras a su integración social, invertir en
prevención, investigación e innovación, incluyendo tecnologías digitales y nuevos fármacos,
facilitando su incorporación al sistema nacional de salud y, por último, comprender que no hay
salud sin salud mental”.
En esta línea, el Dr. Armenteros, desde su enfoque de la atención primaria, pone el acento en
“la importancia de la prevención y del diagnóstico precoz. En que la investigación no puede parar
y que hacen falta tratamientos que cubran un amplio abanico de síntomas con menos efectos
secundarios. En la búsqueda de nuevos modelos de asistencia como es el abordaje compartido,
junto a salud mental y otros profesionales. La adaptación de la tecnología para ser más eficientes
y efectivos, y la información veraz de todo lo relacionado con enfermedades como la depresión
y su principal complicación, el suicidio”.
InfluCiencia, el papel de las redes sociales en la divulgación de salud mental
Las redes sociales han sido demonizadas por su potencial adictivo y la extensión de
fenómenos como las autolesiones digitales o el uso de hashtags que ocultan información nociva
sobre patologías mentales. Sin embargo, tal y como explica la influciencer y doctora Rosa
Molina, “también están mostrando un enorme potencial para combatir y compensar estos
efectos. Ejemplo de ello son las campañas de muchos influencers en redes sociales que han
hablado de su asistencia al psicólogo y psiquiatra de una manera abierta y desestigmatizando”.
En este sentido, “también muchos profesionales nos hemos animado a hacer divulgación por
este nuevo canal que, sin duda, nos permite llegar a mucha más gente, de una manera más
amplificada y, además, a los más jóvenes, con un formato más visual, divertido y amigable. El
uso del humor permite llegar mucho más, con mensajes que resultan menos pesados,
moralizantes y que ayudan a desestigmatizar”, explica la Dra. Molina.
A su juicio, desde el inicio de la pandemia ha habido un crecimiento exponencial en el
número de profesionales (psicólogos, psiquiatras, enfermeros de salud mental, trabajadores
sociales, terapeutas, docentes, investigadores, etc.) que se han animado a divulgar de una
manera distinta.
“Las redes nos brindan una oportunidad óptima para el contacto directo con el
otro, el intercambio, lo visual, lo auditivo. Tenemos que tratar que la información fiable y el
conocimiento llegue allí donde están nuestros pacientes. Toca adaptarse a los nuevos modos de
comunicación en la manera de lo posible”, concluye la Dra. Molina.
Por otro lado, la escritora Almudena Sánchez, que ha ofrecido su testimonio en el XIX
Seminario Lundbeck “COVID-19 & Depresión, la tormenta perfecta”, considera que es
fundamental centrarse en la desinformación y en la incomprensión para normalizar la
depresión. “Hay muchos bulos sobre la depresión. No es una enfermedad que no se cure y
tampoco es un cuento o una tontería. Hace falta más empatía y comprender -al fin- que la salud
mental importay quese daña aveces, y paraesohayprofesionales médicos. Y que los fármacos,
al igual que mitigan cualquier otra enfermedad física, también lo hacen con la depresión. La
ciencia es importantísima y en cuanto a salud mental, cada vez avanza más, afortunadamente”.