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4 de cada 10 niños, unos 3,2 millones, sufren dolor crónico, que afecta a su calidad de vida, una cifra muy superior a la de los adultos (26%) y que está creciendo en todo el mundo, pero se les diagnostica y trata menos que a sus mayores, según los expertos reunidos en el XXI Congreso Nacional de la Sociedad Española del Dolor (SED), que se celebra en Málaga. En la infancia y adolescencia es más prevalente en el abdomen, la cabeza y las extremidades, y las niñas lo sufren más que los niños. De ellos, unos 300.000, tienen “muy graves dificultades de funcionamiento físico y psicológico”, según diversos estudios coordinados por el doctor Jordi Miró, director de la Cátedra del Dolor URV - Fundación Grünenthal. A pesar de eso, “no suelen recibir el diagnóstico y tratamiento adecuados, entre otras cosas porque no hay programas especializados específicos para el manejo del dolor crónico en la población infantil y juvenil de las mismas características y recursos que sí existen para adultos”, denuncia el doctor Miró. Otra de las causas del infradiagnóstico es la “falta formación de los profesionales sanitarios y de la población general, que tiene tendencia a pensar que los niños no pueden sufrir dolor como los adultos o que el dolor les afecta menos”. También influye “la dificultad de objetivarlo con una prueba de imagen”, advierte la doctora María Madariaga, presidenta de la SED. Por ese motivo, una línea de investigación en la que están trabajando los especialistas en dolor es poder detectar marcadores neurobiológicos que ayuden a la comprensión del dolor crónico. En este sentido, en el congreso se presenta una investigación pionera liderada por el doctor Marco Loggia, director del Laboratorio de Dolor e Imagen en Neuroinflamación del Hospital General de Massachusetts, en Estados Unidos, que relaciona el dolor crónico con la neuroinflamación. “La implicación más importante de nuestro trabajo es la evidencia emergente del papel de la inflamación cerebral en pacientes con dolor crónico. Queda por determinar si este enfoque puede utilizarse para detectar objetivamente la presencia de dolor”, afirma el doctor Loggia. “Curiosamente, hemos observado que la señal neuroinflamatoria parece diferir en función del estado del dolor, con distintas distribuciones espaciales. Esto plantea la posibilidad de identificar «firmas» neuroinflamatorias específicas de cada dolencia que podrían ayudar en el diagnóstico y, potencialmente, en la adaptación de las estrategias de tratamiento”, añade. Las implicaciones son amplias: “Si tienen éxito, estas herramientas pueden ayudar al diagnóstico, sobre todo en enfermedades que tradicionalmente se diagnostican por exclusión, como la fibromialgia. Y lo que es más importante, pueden ayudar a validar las experiencias de pacientes a los que a menudo no se cree o se estigmatiza, al aportar pruebas objetivas de cambios biológicos subyacentes”, resalta el doctor Loggia. De hecho, como apunta la doctora Madariaga, “además de los niños, las mujeres suelen tener más problemas para que se reconozca su dolor a nivel de diagnóstico y bajas médicas, sobre todo en patologías en las que no hay menos pruebas objetivas, como fibromialgia y otros cuadros de dolor nociplástico, dolor generalizado, fatiga crónica, hipersensibilidad a estímulos y alteraciones cognitivas”. Por otro lado, esta línea de investigación, según Marco Loggia, “podría animar a las empresas farmacéuticas a explorar tratamientos dirigidos a la neuroinflamación para el dolor, con fármacos totalmente nuevos o reutilizando compuestos existentes que ya han demostrado modular la inflamación cerebral en otras enfermedades, como la esclerosis múltiple”, destaca. A su juicio, “es posible un futuro en el que los ensayos clínicos incorporen imágenes cerebrales como paso preliminar para ayudar a identificar los fármacos candidatos con más probabilidades de ser eficaces y optimizar la dosificación”. |
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