La nueva sociedad en la que vivimos, con la incorporación muy temprana de las mujeres tras la maternidad al trabajo y los amplios horarios laborales, ha propiciado la necesidad de muchas familias de incorporar a los niños muy tempranamente a la Escuela Infantil. Por ello debe considerarse, como un entorno educativo prioritario que debe prevalecer al aspecto puramente de guardería o cuidado como se entendía clásicamente. Pero, además, la Escuela infantil, nos ofrece la oportunidad de detectar y compensar posibles carencias de las familias en relación con la estimulación de los aspectos del desarrollo del niño, así como otro tipo de necesidades de carácter nutricional, afectivas o sociales. “La edad comprendida entre los 0 y 6 años es extremadamente vulnerable y sensible a los cambios, además de ser una etapa fundamental para el desarrollo emocional, educativo y la implantación de hábitos de vida saludables. Muchas familias, por diversas circunstancias familiares, económicas, sociales o formativas, no pueden ofrecer a los pequeños los estímulos adecuados para este desarrollo”, asegura la Dra. María José Mellado, presidente de la AEP.
“La evidencia científica, más reciente, nos ha demostrado que los pequeños no son los “grandes contagiadores” como se pensaba al inicio de la pandemia y, como ya sabíamos, la COVID-19 representa en los niños alrededor de 1% de los casos globales y cursa en la inmensa mayoría de los casos de manera leve en la edad pediátrica. Otro aspecto determinante para esta nueva directriz, es el momento epidemiológico, en el que se propone la reapertura que es claramente favorable en cuanto a número de casos de nuevos diagnósticos,” explica la doctora Mellado.
Por todo ello, nos planteamos que ante la reapertura de la Escuelas infantiles, es necesario que los más pequeños cuenten con la ayuda de profesionales docentes especialmente formados y que puedan contribuir a paliar los posibles efectos derivados de la pandemia por coronavirus y a ser capaces de implementar las medidas adoptadas para su control, como la distancia física interpersonal, conocer el riesgo a esta edad de uso de mascarillas y por descontado el efecto negativo en el aprendizaje por falta de expresión facial, o el posible miedo a la enfermedad o a las demás personas.
Desde la AEP se considera que las propuestas generales emitidas anteriormente se mantienen válidas, en los menores de 10 años. En este sentido, la AEP propone, que, si se mantiene en el aula la distancia entre alumnos al menos de entre 1,5m como recomienda la OMS, puede contemplarse la retirada durante la clase de las mascarillas, que en muchos casos serían desplazadas del lugar óptimo y manoseadas; perdiendo así su efecto preventivo y flexibilizar los horarios de entrada y de salida de forma que se permita una mejor distancia física entre alumnos y se eviten aglomeraciones en la puerta de la escuela.
Para las entradas y salidas, estancia en las aulas, y, sobre todo; para las pausas de recreo y de comidas, nos planteamos crear grupos fijos de compañeros de un número reducido de niños, una especie de ‘burbujas socializantes’ con un mismo profesor que facilite el contacto mínimo con otros grupos. Estos grupos facilitarían también el aislamiento posterior y trazabilidad de la infección en caso de aparición de algún caso. La burbuja debe ser lo suficientemente pequeña para que puedan observarse una normas claras de comportamiento. Esta medida posiblemente sea más efectiva cuanto más se complemente con medidas de higiene. Es recomendable también la actualización del calendario vacunal antes de la reincorporación a las aulas.
No llevar al niño a la escuela con fiebre
Se propone un compromiso o acuerdo firmado por los padres de que el niño no irá a la escuela si tiene > 37,5ºC, fiebre, tos, diarrea u otras manifestaciones que sugieran enfermedad o que ha estado en contacto con algún familiar enfermo o personas posiblemente infectadas, en cuyo caso debe ser atendido por el pediatra para que valore el aislamiento. Es importante tener en cuenta que este grupo de edad es el que presenta una mayor frecuencia de procesos febriles, y una menor capacidad de comunicar sintomatología, por lo que el profesor debe estar atento a inicio de fiebre en la escuela y a cuadros compatibles con la enfermedad.
Para el personal que trabaja en la escuela debe seguirse el mismo protocolo de vigilancia de temperatura, síntomas y aislamiento si ha contactado con personas sospechosas de enfermedad, además de asegurar el uso de mascarillas y todas las medidas de prevención rigurosas entre el personal educativo. Debería habilitarse una zona de “aislamiento” por si la aparición de la fiebre ocurre una vez los niños o los profesores ya están en la escuela.
Otro aspecto clave es maximizar el tiempo en el exterior, al aire libre, dado que la transmisión del virus es claramente más frecuente en ambientes interiores o cerrados, y relativamente infrecuente en el exterior. Se recomienda, por tanto, que aquellos centros que dispongan de espacios al aire libre trasladen una parte o la totalidad de actividades docentes al exterior. En cuanto a la comida, lo ideal sería que cada grupo pudiera comer en la propia aula, minimizando así el contacto con otros niños y el de compartir superficies o material de comedor. Los comedores, si se utilizan, deberán ser muy rigurosos en cuanto a la higiene, uso individual de utensilios y mantener la distancia de seguridad (puesto que no se puede usar mascarilla comiendo). La alimentación debe ser sana, adecuada a la edad y con nutrientes de alto valor biológico. En los centros en los que sea jornada continua se podría recomendar que, en la medida de lo posible, coman en sus domicilios, al igual que en guarderías.
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