La insuficiencia cardíaca (IC) es una enfermedad crónica que constituye uno de los principales problemas de salud pública en los países industrializados, donde supone un verdadero reto para el sistema sanitario a todos los niveles. Se calcula que puede afectar hasta al 80% de la población mayor de 65 años y va en aumento debido al progresivo envejecimiento.
La valoración clínica de los pacientes ancianos “es compleja. En ocasiones la IC no presenta síntomas o no son valorables debido a la edad. Es decir, muchos de los síntomas pueden malinterpretarse como propios de una persona mayor”. Por ello, es necesario “crear programas para un abordaje efectivo de la IC y centrados en el paciente, con equipos multidisciplinares, fomentando el autocuidado y con un manejo de la IC basado en la evidencia científica”.
A esta dificultad en el diagnóstico cabe añadir las diversas comorbilidades asociadas a esta dolencia, como diabetes, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), insuficiencia renal o enfermedad vascular periférica y depresión. Precisamente, estas otras patologías dificultan no sólo el diagnóstico sino también el tratamiento, ya que, con frecuencia, conllevan una polimedicación o incluso la imposibilidad de pautar tratamientos, como los betabloqueantes o los inhibidores de la conversión de la angiotensina. Según el Dr. Coca, “es preocupante que las guías de tratamiento derivadas de los ensayos clínicos sean inaplicables a muchos pacientes ancianos” y de ahí “la necesidad acuciante de mejorar su diagnóstico y su terapéutica”.
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