Las
alarmas acaban de saltar en la Organización Mundial de la Salud (OMS). Al
causante se le conoce desde hace más de veinte años. Pero nunca pasó por la
imaginación ni siquiera de los más expertos que pudiera llegar a afectar a los
europeos. Sus características propias lo hacían sencillamente imposible. Es el
Schistosoma haematobium, causante de una enfermedad tropical llamada esquistosomiasis urinaria.
Durante la III Reunión Científica de la Red de
Investigación de Enfermedades Tropicales (RICET) que se está celebrando en
Madrid, han sido dados a conocer todos los datos, ya que investigadores de la misma
están colaborando con la OMS en este
asunto. Todo comenzó con la detección de casos esquistosomiasis en familias de franceses y
alemanes que nunca habían estado en las zonas endémicas, fundamentalmente
África, pero que todas se habían bañado durante 2011, 2012 y 2013 en el río
Cavu, una de las zonas más turísticas al sur de Córcega. Se sospecha que los
caracoles del área han sido capaces de hacer de vectores transmitiendo las
fases infectivas al agua y de ahí infectar a los humanos. Sobre cómo el parásito
pudo pasar de África a Córcega, se apunta a la teoría de algún inmigrante
infectado que al orinar en el agua de río expulsó los huevos de Schistosoma
haematobium.
Uno de los principales
enigmas para los científicos es cómo este parásito pudo soportar el frío de los
inviernos. Y no sólo de una temporada, sino que ha resistido a tres inviernos
consecutivos. Habitualmente para sobrevivir necesitan temperaturas que oscilan
entre los 25º a 30º grados. Todos los indicios apuntan a que el cambio
climático ha provocado una elevación de las temperaturas que al suavizar las
condiciones del invierno han permitido al Schistosoma resistir los inviernos
que antes no habría podido.
La OMS ha puesto a trabajar
a los mayores expertos mundiales, que debido a la rareza de la patología no son
más de tres opinión leaders en todo el mundo. El primer hallazgo de estos fue
si cabe todavía más preocupante. No se trataba de un Schistosoma normal, sino
una forma híbrida nunca vista hasta ahora. Es un híbrido entre Schistosoma haematobium
y entre Schistosoma bovis, este último
que se hospeda en las cabras y nunca había afectado a los humanos. Posiblemente
una fecundación entre las dos especies dio lugar a la nueva. El problema
fundamental que ha disparado las alarmas radica en que no se puede conocer
todavía la capacidad de infección del nuevo híbrido en la población europea,
aunque estos expertos apuntan a lo peor si no se encuentran a tiempo los
mecanismos para contenerlo.
Las
personas se infectan cuando las larvas del parásito, liberadas por caracoles de
agua dulce, penetran en la piel durante el contacto con aguas infestadas. En el
interior del organismo, las larvas se convierten en esquistosomas adultos, que
viven en los vasos sanguíneos, donde las hembras ponen sus huevos. Algunos de
esos huevos salen del organismo con las heces o la orina y continúan el ciclo
vital del parásito. Otros quedan atrapados en los tejidos corporales, donde
causan una reacción inmunitaria y un daño progresivo de los órganos.
Los síntomas de la
esquistosomiasis son causados por la reacción del organismo a los huevos del
gusano, y no por el gusano en sí mismo. El signo más habitual de la
esquistosomiasis urogenital es la hematuria (sangre en la orina). En los casos
avanzados son frecuentes la fibrosis de la vejiga y los uréteres, así como las
lesiones renales. El cáncer de la vejiga es otra posible complicación tardía.
Las mujeres con esquistosomiasis urogenital pueden presentar lesiones
genitales, hemorragias vaginales, dispareunia (dolor durante las relaciones
sexuales) y nódulos vulvares. En el hombre puede ocasionar trastornos de la
vesícula seminal, la próstata y otros órganos. La enfermedad puede tener además
otras consecuencias tardías.
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